Recibimos el libro-compilación de Oscar Conde, “Poéticas
del Rock” Volumen 1. En él, según manifiesta
su autor-compilador, se intenta analizar desde el punto de vista
de su interés poético, la letrística de
variadas figuras del llamado “rock nacional”. Y
lo hace convocando a un conjunto de noveles, y no tanto, profesores
de literatura, en un vano, prepotente y vociferado intento de
contraofensiva popular contra el orden académico del
mundo de las letras y el arte. A estos les encomienda la sacrosanta
misión de demostrar la valía poética de
las letras de Litto Nebbia, Moris, Manal, Tanguito, Arco Iris,
Luis A. Spinetta, León Greco y Charly García.
Aunque si bien no resulta explícito, el tufillo de la
instrucción autoritaria ronda permanentemente la obra.
Así, desde el preámbulo, nos atiende con los
tapones de punta a todos aquellos que, sin siquiera tener la
pretensión de negarlo, dudamos de la seriedad de la poética
del rock en general y del rock nacional en particular, acusándonos
de “dinosaurios”. Porque, vale que aclaremos, está
bien que el autor-compilador tome partido en el debate que él
mismo se propone. Lo que no tiene pies ni cabeza es parcializar
de tal manera la cuestión, porque mina profundamente
el rigor científico del análisis, cuestionando
implícitamente la validez de la obra y en definitiva
derrumba la construcción que se pretende. Peor aún,
lo que no atina a siquiera sospechar el autor-compilador es
que el método elegido, que por testarudo y excluyente
bordea el sectarismo, termina viniéndosele encima…
se les ve la hilacha, tejida entre el fanatismo y la oportunidad
comercial aprovechada.
Signo de nuestro tiempo, el compilador, a través de
su selección -que dicho sea de paso, se parece mucho
al refrito de obras monográficas obligatorias para la
aprobación de cursos de grado terciario, con las adecuaciones
y salvedades del caso- pretende compulsivamente hacer justicia
popular en el terreno de la reparación histórica
de cantautores populares de música en castellano cuyo
ritmo puede, o no, acercarse al rock and roll de otras latitudes.
“¿Hay que esperar el juicio de la historia?”
se pregunta al borde del paroxismo el autor-compilador, casi
desmayando frente a tan injusto, lento y falible proceso. Y
la respuesta, que para él es negativa, urgente y obligatoria,
a nosotros se nos presenta tan inútil e innecesaria como
la pregunta. Las sentencias que no dicta el tiempo son nada
más que vocinglería (laudatoria o denostativa,
dependiendo del gusto del plumífero o de las órdenes
que reciba), arrebatos sin mérito, pretensiones estériles
que abonarán oportunamente nuevas discusiones ad eternum.
Compenetrado como está con la trascendencia de su destino
poético (permítanos el lector la broma fácil),
el compilador se convierte en futurólogo y augura para
el 2035 la incorporación del estudio de las letras de
los autores de rock nacional como objeto de la academia, aunque
no arriesga a decir en qué rama o categoría del
conocimiento. ¡Justo él, que un rato antes disparó
a mansalva contra la academia!
Y aquí empezamos a sufrir... nos planteamos si la elección
de los autores, cuyas letras decide el compilador que deben
incluirse como objeto de estudio, es libre o responde a algún
mandato. Porque convengamos que, si bien parecen ser representativos
de la primer etapa del denominado rock nacional, no son los
elegidos los únicos, y en algún caso tampoco los
mejores letristas. A la memoria vienen otros, que con igual
o mayor justicia, merecían haber sido incluidos. Y aquellos
elegidos no comparten, al menos no desde la óptica de
quien esto escribe, identidad o coincidencia alguna en rasgos
temáticos, compositivos o estilísticos, tal como
pretende el compilador.
El otro problema que presenta la obra es la calidad variopinta
de los trabajos monográficos incluidos. Si bien en general
están ampliamente documentados, no siempre el análisis
está bien resuelto.
A veces por celo excesivo en la necesidad planteada ab initio
por el compilador, de no sólo no esperar el juicio de
la historia, sino del tongo que representa haber ordenado dictar
una sentencia favorable prejuiciosa. Y esto se hace especialmente
evidente en el caso del capítulo dedicado a Spinetta,
redactado por Belén Ianuzzi. Producto del entusiasmo
propio de su juventud, la urgente necesidad de aprobación
(de materias), seguramente sumado al impulso creador vital,
la escriba excede los límites de la poética y
se transforma en la más entusiasta panegirista del Flaco,
poniéndole al capítulo el subtítulo “Música
de las esferas”, o amalgamando devotamente “Me
gusta ese tajo” con Jung, Van Gogh, Artaud, Castaneda
y el simbolísmo francés (¿…?). De
tantas mieles derramadas, y tanto discurso sicoanalítico
pretensioso abarrotando las páginas, la lectura se torna
casi imposible.
A veces por la errónea dirección del análisis
que, abandonando las restricciones aparentemente impuestas por
el compilador, pierde norte. O la forzada interpretación
de los textos originales, que culminan casi siempre en conclusiones
desatinadas. O la innecesaria comparación con cualquier
otro elemento, en el intento fútil de, ósmosis
intelectual mediante, transmitir prestigio y legitimar la obra
(de los rockeros nacionales y la presente bajo análisis).
O…
Esto, sumado a la evidente ausencia de principios rectores
y de un acuerdo previo en la metodología del análisis,
determinan fatalmente la falta de unicidad de la obra. Y aquí
es dónde debe recaer responsabilidad al compilador, porque
de la manera en que nos presenta la obra, suelta la mano de
sus autores-colaboradores, dejándolos precipitarse en
el vacío que representa la ausencia de guía.
Una verdadera lástima, porque la intención no
es mala y en algunos casos la ejecución es buena. El
capítulo dedicado a Gieco merece ser leído con
detenimiento, por calidad y contenido. Igualmente el capítulo
que se reserva el compilador para sí mismo, sobre Charly
García. En ambos casos la oferta de información
y análisis está bien balanceada, haciendo hincapié
en los determinantes condicionales de la obra, y por sobre todo,
(aplausos) carece de los frecuentes excesos e inmerecidas alabanzas
presentes en otros capítulos. Otro de los aciertos es
la profusa información que nos aporta el volumen sobre
las condiciones en las que la obra de los distintos autores
se fue desarrollando y las circunstancias que rodearon al hecho
creador. Aunque no hacía falta una poética para
contarnos los entretelones del rock vernáculo…
¿o sí?
La obra propuesta quedará concluida con el segundo volumen
(de reciente aparición y cuya crítica esperamos
traerles prontamente) en la calle y sin embargo el juicio de
la historia todavía no comenzó.
P.D.: la incomprensible metáfora citada en reiteradas
oportunidades "...de cordero y azul...", ¿no
se referirá a la tela con que se fabricaban los pantalones
en la década del '60? Digo... corderoy azul... bah.
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